martes, 25 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 3 - UN LUGAR DESCONOCIDO


3

 Un lugar desconocido


       Lo que parecía una tranquila travesía para poder visitar el fantástico continente africano, llegó a convertirse para todos los pasajeros y tripulantes del barco naufragado Ohlepse II en una situación de extrema supervivencia. Todavía muchos se estaban preguntando cuál fue el motivo principal de su naufragio. Sus mentes no conseguían encontrar explicación alguna a qué era aquel extraño fenómeno que presenciaron, aquella gran sombra con esa niebla repentina que les privó de los rayos de sol por unos instantes. Parece ser que sólo el capitán sabía de lo que podía tratarse, al manifestar su estado de alerta nada más contemplar aquella extraña sombra, dando la orden de evacuar inmediatamente el barco.
       Ambos botes se dirigieron a las costas de aquel lugar desconocido. A medida que se iban acercando, pudieron afirmar que efectivamente, habían hallado una isla. Parecía relativamente grande, con selvas frondosas y varias montañas de varios cientos de metros de altitud. Se quedaron maravillados al contemplar las preciosas aguas azul turquesa que rodeaba aquel lugar y por el color verde que predominaba en la isla por doquier, salvo en la cima de las montañas. A muchos les vino a la mente la palabra “paraíso”.
       Por si fueran pocas las adversidades por la que se estaban atravesando los náufragos, cuando ya estaban cerca de la orilla y a tan sólo a unos treinta metros de ella, el bote que dirigía el oficial Marcelo empezó a entrarle agua. Los componentes de aquel bote no le dieron importancia al principio ya que no paraban de remar a un buen ritmo y veían la playa muy cerca, pero el agua iba subiendo de nivel a un ritmo vertiginoso. La situación se volvió preocupante cuando apenas lograban moverse debido al peso total de la pequeña embarcación. Entonces Wei, el chico de origen chino, comentó algo al respecto:
       —Chicos, no quiero alarmaros pero, si no vamos sacando agua, no creo que lleguemos a la orilla.
Al ver que Wei tenía razón, los seis miembros que no llevaban los remos empezaron a achicar agua del bote. El esfuerzo de todos fue insuficiente, la cantidad de agua que iba entrando era cada vez mayor. No lograron saber por dónde entraba tanta agua y el bote empezó a hundirse.
       —Señores, coged vuestras maletas o lo que podáis, ¡nos vamos a pique! —dijo el oficial Marcelo con acento portugués.
       —¡Joder! ¡Joder! ¡Mi portátil! exclamó el japonés Riku, mientras se mojaba el estuche que lo portaba.
       —¡Déjalo! Aquí me da la sensación de que no podrás darle mucho uso dijo Wei, que se lo quitó de las manos a Riku y lo lanzó con fuerza al mar.
       —¡Pero tío! ¿Qué haces? —dijo Riku llevándose las manos a la cabeza.
       —No llegaras a la orilla si tienes las dos manos ocupadas —le advirtió el chino.
Wei y Riku eran amigos y ya se conocían antes de subir al barco. Ambos estaban estudiando juntos la carrera de telecomunicaciones en la ciudad de Madrid y eran con diferencia, los mejores de su promoción. Wei era un chico nacido en Shangai de veintidós años y a diferencia de todos los demás náufragos, él pesaba algunos kilos de más. Disfrutaba comiendo alimentos y aquella acción la definía como uno de los mayores placeres de esta vida. Físicamente Riku era todo lo contrario que él. Era un chico muy delgado, nació en Osaka y tenía veintiún años.
          Los pasajeros del aquel bote tuvieron que dejar que algunas maletas se hundieran y empezaron a lanzarse al agua. Nadaron con una mano y con la otra llevaron su maleta con muchas dificultades. Por suerte para algunos, sus maletas flotaban y pudieron llegar más cómodamente a la orilla. El otro bote llegó sin problemas.
          Al llegar, muchos de ellos se tumbaron en la fina y blanca arena para descansar del esfuerzo realizado. Unos celebraban que por lo menos habían encontrado tierra, otros se quedaron mirando a su alrededor, observando aquel lugar en el cual habían naufragado. Tanto los pasajeros como los empleados del barco, empezaron a sacar todas las maletas del bote que no se hundió y a dejarlas en la playa. La gente se preguntaba la una a la otra si sabían el lugar donde se encontraban. No paraban de mirar sus teléfonos móviles a la espera de algo de cobertura con la que poder realizar una llamada de socorro, pero no había señal alguna. Anteriormente, desde el mar pudieron comprobar que desde sus posiciones, no podían divisarse edificaciones o casas en aquella isla.
         Debido a aquellos primeros momentos de incertidumbre y desesperación, uno de ellos, Ander, se acercó bastante furioso al capitán con la intención de preguntarle un par de cosas. Pensó que, si alguien debería saber algo de lo que había ocurrido y el lugar el cual podrían estar, él sería la persona más indicada.
         —Capitán, ¿qué ha pasado? ¿Qué era esa sombra? —le dijo muy seriamente.
El capitán se mostraba reservado en todo momento y no decía nada a no ser que le preguntasen. De nuevo, no se mostró muy comunicativo y fue breve en su primera respuesta.
         —No lo sé...
         —¿Por lo menos sabrás dónde nos encontramos? —le volvió a preguntar él, mientras empezaba a mostrarse algo furioso.
         —No lo sé, de verdad. Perdí la comunicación con tierra media hora antes de que pasara todo y como ya he dicho antes, di el aviso de socorro antes del naufragio. Debemos de estar en algún lugar del Atlántico, cerca del ecuador, supongo.
         —¡Todo esto es culpa tuya!siguió hablando Ander—.  Seguro que no tienes ni licencia de capitán o lo que sea que tengáis los capitanes.
         —Sí la tengo, te lo puedo asegurar. Además, tengo mucha experiencia en mi profesión.
         —¡Pero qué experiencia! ¿Qué tienes dieciocho años?
No, tengo veinte —respondió el capitán, mostrando una sonrisa irónica.
Pues ya me dirás de dónde has sacado el tiempo para tener tanta experiencia, porque eres demasiado joven para ser el capitán de cualquier barco.
Pues la tengo y te aseguro que soy muy bueno en mi trabajo.
Después de aquella respuesta, Ander caminó los dos metros que les distanciaban para agarrarle del cuello de la camisa, pero los demás actuaron y lograron detenerlo antes de que llegase a más. El que cogió a Ander de la cintura para separarlo fue Marc y comentó:
—Señores, calmaros. Lo que ha pasado, pasado está y no se puede hacer nada. Personalmente pienso que no creo que haya sido un error humano, ¿no habéis visto lo que ha pasado antes de hundirnos? Todo es muy extraño... —tras una breve pausa le preguntó al capitán—: ¿por qué hemos naufragado?
—No lo sé —contestó de nuevo Joao, cabizbajo y sin añadir nada más.
—Este tío no tiene ni idea de nada. ¿No veis que es un pobre chaval sin experiencia? —preguntó retóricamente Ander.
Nadie dijo nada más y muchos seguían mirando al joven capitán como el único culpable de todo. Todos parecían tener la mente un poco ida, estaban un poco aturdidos debido a la delicada situación en la que se encontraban. Casi nadie sabía que hacer en aquellos momentos. No habían asimilado todavía lo que habían vivido hace unos minutos y tampoco sabían lo qué podrían encontrarse en aquel lugar.
La noche se acercaba deprisa y decidieron que lo mejor era ver si había alguna persona en aquella isla para que les prestase su ayuda. Sin más tiempo que perder, los dieciséis náufragos se juntaron en una especie de circulo y el primero que se adelantó en hablar fue Álvaro.
Por lo que pudieron observar todos en las comidas y cenas en las que convivieron anteriormente, Álvaro era una persona que poseía una gran mundología. No era una persona demasiado culta ni había terminado una carrera en la universidad pero las difíciles situaciones por las que había pasado en su vida le habían convertido un hombre fuerte y había adquirido una gran experiencia en la vida. Todo ello le convertía, inconscientemente para todos, en una especie de líder. Se mostraba gentil ante los demás, tenaz en sus pensamientos pero flexible a la hora de escuchar a los demás. Vivía en Madrid y formaba parte de la plantilla de recursos humanos en una conocida empresa textil de la capital. A simple vista, parecía un hombre solitario pero parecía que eso no le impedía ser una persona feliz. Físicamente era delgado, con el pelo blanco y corto, haciendo juego con su barba de una semana y a diferencia del resto, era el único que necesitaba utilizar gafas.
No sabemos dónde estamos ni lo que nos podemos encontrar aquí, pero si permanecemos juntos, será más fácil salir adelante —aconsejó Álvaro.
Sí será mejor. Este lugar no me gusta nada, está todo demasiado tranquilo dijo el estadounidense Daniel, que no soltó la mano de su novia Elizabeth en ningún momento desde que llegaron a la isla.
—Antes de que anochezca, yo voy a dar un rodeo por la isla. Si alguien quiere acompañarme, será bienvenido —volvió a hablar Álvaro.
Yo iré contigo dijo Marcelo convencido.
Y yo —dijo Marco, el italiano y cocinero del barco naufragado.
Bien, pues en tres minutos salimos.
En aquel momento Juan Carlos cogió una linterna de su mochila y se la dio a Álvaro justo antes de decirle:
Tened cuidado, no sabemos lo que os podéis encontrar más adentro. A estas alturas de la tarde y con menos luz, es mejor que marchéis por la orilla e intentéis buscar algo.
Eso había pensado. Si nos adentramos en la selva puede que no sepamos regresar. Llevaré mi teléfono móvil y buscaré alguna señal de cobertura. Si no conseguimos nada hoy, mañana lo intentaremos adentrándonos en la selva y buscando por otros lugares.
Ya estaban listas las tres personas que iban a llevar a cabo la primera exploración de aquel lugar desconocido. Lo más sensato era buscar un sitio alto para tener una vista lo más extensa posible del lugar, pero la luz del sol de aquel día se iba apagando y no se arriesgaron a adentrarse en la selva. Empezaron entonces a andar por la orilla de la playa y el grupo les perdió de vista pronto.
Mientras tanto, los demás intentaron buscar el lugar más idóneo donde poder pasar la noche. La playa donde se encontraban parecía el sitio más seguro para establecer un primer campamento provisional hasta que encontrasen un lugar mejor. De este modo, entre palmeras y árboles de diferentes especies, decidieron instalarse con lo poco que tenían en aquel momento. Unos intentaron buscar alimento cerca del lugar de donde se encontraban y buscaron leña seca para poder hacer una hoguera o varias, en el caso de que se quedasen esa noche en aquel lugar, cosa que parecía bastante probable. Otros seguían intentado comunicarse con sus teléfonos móviles, pero desafortunadamente continuaban sin tener señal y las baterías se iban desgastando cada vez más.
Pasaron un par de horas hasta que se hizo totalmente de noche, momento en el que volvieron los tres aventureros. La mayoría de los náufragos acudieron a su llegada a la espera de buenas noticias, pero no fue el caso.
No hemos encontrado nada, lo sentimos dijo Álvaro con voz cansada—. No hemos visto más que playa y más selva por allí. Por lo menos, es lo que hemos podido observar a una hora de aquí. Puede que más lejos haya algo interesante.
Habéis hecho lo que habéis podido dijo Daniel—. No nos queda más remedio que pasar la noche aquí y salir mañana temprano para ver si tenemos más suerte. Intentaremos buscar algún punto más alto para tener una mejor perspectiva del lugar y ver si conseguimos algo de cobertura —opinó finalmente.
Pero, ¿qué estáis diciendo? Van a venir a rescatarnos, ¿no? preguntó Ander, girando la cabeza hacia atrás y mirando al capitán que se encontraba sentado bajo una palmera con la cabeza puesta en ella.
El capitán no respondió y decidieron todos ir hacia donde él estaba. Inquietos y nerviosos, parecía que todos coincidían que aquel momento era el más idóneo para hacer de nuevo una pequeña reunión y volver a preguntarle al capitán varias cosas más. Todos se acercaron hasta el senegalés y lo rodearon. El primero que habló, fue Álvaro:
Vamos a ver Joao... Es el momento de responder a unas cuantas preguntas porque las personas que estamos aquí estamos empezando a ponernos nerviosos. ¿Tienes idea de dónde nos encontramos?
—Como he dicho a aquel individúo —dijo señalando a Ander—, no lo sé exactamente porque perdí la señal con tierra media hora antes de lo ocurrido. Estaremos en algún lugar del Atlántico.
¿Me estás diciendo que no tienes ni idea de dónde estamos? Por lo menos, vendrán a rescatarnos, ¿no? volvió a preguntar Álvaro.
Sí, ya os he dicho que di el aviso de socorro antes de evacuar el barco. Dije que empezaba a tener problemas con los instrumentos de navegación y que ordenasen un plan de rescate en el caso de que no llegásemos a Dakar.
A pesar de esta noticia relativamente positiva, casi nadie se mostró aliviado ya que muchos no creían las palabras que pronunciaba aquel chaval.
¿Un plan de rescate? Pero, ¡si no saben dónde estamos! dijo Ander que empezaba a ponerse algo agresivo y agregó—: Además, nos tendrían que buscar desde donde tuviste la última comunicación hasta...
Antes de que Ander dijese más palabras, Marc cogió a Ander del brazo y lo llevó lejos del grupo para decirle unas palabras en privado. Una vez apartado del grupo le dijo en voz baja:
Colega, nos conviene mantener alguna esperanza en el grupo. Ambos sabemos que parece un rescate difícil, pero hay que mantenerla.
Lo siento, es que el capitán éste de pacotilla me saca de mis casillas, no me da buena espina este tío. No soy racista, pero este negro me empieza a caer mal.
Ambos volvieron al grupo y siguieron conversando.
Recemos para que en esta supuesta isla haya otras personas y algún medio de comunicación dijo Ander—. O mejor dicho, reza tú para que haya dijo finalmente señalando al capitán Joao.
Tranquilos intervino Daniel—. En el caso que no haya nadie en la isla, seguro que estamos cerca de alguna ruta turística o comercial, nos podrán ver y rescatar. 
Todos se miraron y se creó un tenso silencio de unos cinco segundos. No les quedaba otra opción que tomar una serie de decisiones entre todos para seguir adelante en aquel lugar. El que siguió hablando fue Álvaro, que empezó a ejercer su condición de líder:
Está bien. No tenemos otra opción que pasar la noche aquí. Haremos lo que se suele hacer en los casos de naufragios. Intentaremos hacer tres hogueras en forma de triángulo para que si pasa alguna avioneta o helicóptero por nuestra posición, sepan que necesitamos ayuda. De paso así podremos ahuyentar a los animales que pueda haber en la selva. Teniendo en cuenta que estamos en un lugar totalmente desconocido por todos nosotros, lo más sensato es que hagamos turnos de guardia de dos personas, por si ocurriera algo extraño.
Vale, yo haré el primer turno dijo Marc, sabiendo que si en una estancia de lujo no lograba descansar, en aquel lugar, menos todavía.
Yo te acompaño dijo enseguida Nico.
—No, tú mejor descansa le ordenó su padre.
Yo haré el turno contigo dijo Julia y aclaró—: yo no estoy cansada y tu padre tiene razón, Nico —dijo finalmente dirigiéndose a éste último.
Todos se miraron y no pusieron objeción alguna. De este modo, es como poco a poco se iban organizando en las primeras y difíciles horas en aquel lugar. Gracias a los mecheros que llevaban algunos de ellos, lograron hacer las hogueras sin dificultad. Finalmente, se hizo de noche.
Mediante los pocos recursos que tenían a su alcance, se habían hecho cada uno, o cada pareja, su “cama” lo más confortable posible. Para muchos no era una prioridad dormir ya que tenían claro que les iba a resultar complicado conseguirlo aquella primera noche. Sólo unos pocos probaron bocado de la poca comida que lograron traer en el interior de sus maletas.
Tal y como acordaron, Marc y Julia hicieron la primera guardia. Se sentaron sobre un grueso tronco que llevaron entre varios hasta aquel lugar y vigilaron al grupo.
La noche se inició tranquila. A pesar de que la temperatura nocturna en aquella parte del planeta era agradable, la elevada humedad provocaba que muchos de ellos tuvieran que ponerse encima algo más que una simple camiseta o camisa. El hipnótico sonido de las olas del mar acompañaba a los zumbidos producidos por los pequeños insectos del lugar y las numerosas estrellas fulgurantes se asociaban con una gran la luna llena que iluminaban tenuemente aquella isla. Se quedaron impresionados y a la vez encandilados al contemplar la belleza que les ofrecía aquel lugar pero contrastaba con los posibles peligros que podría contener en su interior.
Julia no perdía de vista a su hija en ningún momento. Iris dormía bajo un árbol cerca de ellos junto a Nico. Las pocas horas que había convivido con Marc, fueron suficientes para que tuviera algo de confianza para preguntarle más cosas sobre su vida privada y empezaron a conversar.
—Bonita noche... —opinó Julia mientras divisaba el cielo.
—Una pena que haya tantos mosquitos —dijo Marc mientras mataba a uno de ellos golpeándose el cuello.
—Sí, son un fastidio. ¿Te has dado cuenta de la cantidad de estrellas que se ven en este lugar?
—Sí, es increíble. Desde la ciudad no es posible observar tantas. ¿Y qué me dices de la luna? Aquí parece más grande de lo normal, como si estuviera más cerca de nosotros.
—Es preciosa —dijo observándola.
Tras esta última contestación ambos estuvieron alrededor de diez segundos sin comentar nada hasta que Marc dijo:
—Conque no estás cansada...
—De verdad que no —dijo Julia algo ruborizada.
—Si querías estar a solas conmigo, no tenias más que decírmelo —bromeó y ambos sonrieron.
—Míralo, qué creído él. Bueno, ahora que estamos solos dime, ¿por qué no ha venido tu mujer con vosotros? Veo que llevas el anillo.
—¡Ah! Conque de repente estoy en un interrogatorio, muy bonito... —ambos volvieron a sonreír.
—Vamos, si no te importa hablar de ello...
Marc se puso serio para hablar del tema. No le importaba hablar de ello pero apenas conocía a aquella mujer para contarle cosas tan íntimas. Optó por contarle lo básico y sin entrar en demasiados detalles.
—Mi mujer falleció hace algo más de un mes. Tuvo un extraño accidente de tráfico y todavía no está claro lo que ocurrió realmente. ¿Y tu marido? Veo que también llevas el anillo...
Ella sí que respondió accediendo a contarle algún detalle más.
—Seguramente me separe de él. Desde que nos casamos, ha tenido el mal vicio de jugarse nuestros ahorros en partidas de póker a mis espaldas. Lo peor de todo es que me mintió hasta el último momento antes de salir de Valencia y puede que me esté engañando con otra mujer. Pero tampoco quiero hablar mucho del tema ya que pretendo olvidarlo.
Marc notó que Julia necesitaba desahogarse y contarle a alguien por lo que estaba pasando. No obstante, no dijo nada más y ambos se pusieron serios. Entendieron en ese momento que no era buena idea hablar todavía de sus vidas privadas porque los hechos eran todavía muy recientes. Empezaron entonces a charlar sobre otros temas durante alrededor de una hora cuando, Joao se levantó de donde estaba descansado y mirándoles, hizo un gesto inequívoco de que tenía que ir a hacer sus necesidades. El joven capitán se adentró en la selva con la ayuda de una pequeña linterna.
Marc y Julia seguían conversando y después de unos minutos, Álvaro se levantó de su lugar de descanso, se acercó a ellos para hacer el relevo de vigilancia a Julia y les dijo:
Llegó mi turno, ¿dónde está Joao?
A ido a hacer sus necesidades contestó ella.
—¿Y cuánto tiempo lleva en la selva? preguntó con preocupación Álvaro.
Julia y Marc se miraron con cara de preocupación y él le contestó:
Pues llevará unos veinte minutos.
¿Por qué habéis permitido que se adentrara solo en la selva?
Julia y Marc se levantaron rápidamente y junto con Álvaro, fueron al lugar por el cual Joao se adentró y los tres empezaron a gritar su nombre:
¿Joao?... ¿Joao?... Los tres alzaron la voz para ver si les oía pero no hubo respuesta alguna. En ese momento, los pocos que lograron dormir en aquel improvisado campamento se despertaron al escuchar los gritos.
¿Joao?... Decidieron gritar más fuerte al ver que ya nadie dormía.
Continuaba sin haber respuesta del capitán. La mayoría de personas decidieron levantarse y se acercaron a preguntar qué era lo que estaba ocurriendo. Otros, como Ander, decidieron seguir tumbados.
¿Qué ocurre? preguntó Daniel.
Joao se ha adentrado en la selva a hacer sus necesidades por allí. dijo Álvaro señalando a la selva—. Ya hace más de veinte minutos de eso y todavía no ha vuelto.
Habrá huido, el perro dijo Ander en voz alta, con los ojos cerrados y esto último de manera despectiva.
Pero que dices. ¿Adónde se va a marchar, en mitad de la noche y en un lugar como este? preguntó Daniel de forma retórica—. No es posible porque sus cosas están aquí —dijo finalmente, señalando a su maleta.
Sin más tiempo que perder, Álvaro cogió su linterna y dijo:
—¡Voy a buscarlo! —exclamó mientras Marcelo fue tras él con la intención de acompañarle.
¡Estás loco! No conoces nada de lo que puede haber por la selva y además, te puedes perder fácilmente opinó Daniel.
Caminaré en círculo y volveré en diez minutos, si sigue ahí no debe de estar muy lejos.
Tened cuidado —aconsejó Julia.
A pesar de los posibles peligros que podría haber en una selva y que desconocían, no les convencieron y Álvaro, junto con Marcelo, se adentraron en ella. Mientras iban entrando, siguieron gritando el nombre del capitán.
Casi todos permanecieron de pie en el lugar donde se adentraron para esperarles.
Desde allí, podían escuchar cómo iban gritando el nombre de Joao y lograban ver la luz de sus linternas a pesar de la espesa vegetación, pero de repente, no lograron ni escucharles, ni conseguían ver las luces. Empezaron a ponerse nerviosos ante lo que podría haberles pasado. Desconocían totalmente lo que podrían encontrarse en el interior de la selva, los peligros que podrían haber para ellos. Pasaron así diez largos y angustiosos minutos sin tener noticias de ellos hasta que de nuevo, volvieron a ver la luz de sus linternas. Álvaro y Marcelo aparecieron por el mismo lugar de donde se adentraron. No lograron encontrarlo. El joven capitán había desaparecido.


No te pierdas el próximo capítulo - 4 - El primer día, la primera víctima

miércoles, 19 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 2 - UN EXTRAÑO FENÓMENO

2

Un extraño fenómeno


 No quedaba ni rastro de la tormenta que pasó la madrugada anterior por aquella magnífica ciudad turística. En ese momento de la tarde, el sol brillaba con toda su fuerza y no existía nube alguna en el horizonte. El día acompañaba pues, con un excelente clima favorable para navegar y las previsiones meteorológicas vaticinaban que varios anticiclones les iban a acompañar durante toda aquella travesía.
Dakar era el destino de aquel barco para que sus pasajeros disfrutasen de la que para algunos, era la segunda parte de sus vacaciones. Con una velocidad media de veinte nudos, el tiempo aproximado del viaje en aquella embarcación era de tres días y la estancia en el continente africano era de cuatro. El objetivo principal era visitar safaris de varios países, además de enriquecerse de su fantástica cultura.
Gracias a la ayuda de los pocos empleados del barco, los pasajeros del Ohlepse II se iban acomodando en sus respectivos camarotes. A todos les comunicaron personalmente que en una hora debían que estar listos en el salón principal para asistir a una primera presentación antes de la cena. Al único que todavía no habían visto por la embarcación, fue al capitán.
Marc y Nico entraron en su camarote común y una vez en su interior, pudieron ver extrañados que encima de sus catres reposaba un chaleco salvavidas en cada uno de ellos. Nico hizo un comentario al respecto:
—¿Este es el caramelo de bienvenida? —bromeó.
—¿Qué hacen aquí encima estos chalecos?
—No sé, pero da mal rollo. Es como si entras a un avión y bajan la mascarilla del oxigeno antes de despegar...
—Vaya camas más estrechas. Desde luego, éste no es el barco que aparece en el folleto de la agencia de viajes.
—Que raro... Quizá no haya hecho falta un crucero para la poca gente que somos y la agencia de viajes haya preferido utilizar otro barco más pequeño. ¿Qué hago con estos chalecos?
—Guárdalos en el armario —dijo Marc sin añadir nada más sobre el tema que estaban hablando.
Nico hizo caso a su padre y ambos deshicieron las maletas para pasar allí tres noches antes de llegar a su destino. Una vez concluyeron dicha tarea, Marc se sentó en uno de los catres, se puso cabizbajo y con los ojos llorosos comentó:
Por fin vamos a visitar África, a tu madre le hubiese gustado ver este continente, le encantaba.
De nuevo, Marc mostraba síntomas de nostalgia. Otra vez empezaba a añorar a su esposa fallecida y cada acción que realizaba sin ella, echaba de menos la sensación de compartir la vida y experiencias, porque para él, su mujer era mejor que la chica de sus sueños, porque ella, era real.
Lo sé, pero no llores que nos podemos poner a dúo y nos oirían en todo el barco dijo Nico con una media sonrisa, mientras se sentaba a su lado y le puso la mano en el hombro a su padre.
—Realmente sé que no debo de estar así más tiempo. Pero me vengo abajo cuando pienso que en esta vida debemos de pasar por las pérdidas esperadas y por las que son peores y no se las deseo a nadie, las inesperadas.
Papá, ambos lo estamos pasando mal pero hay que ser más optimistas. Te recuerdo una frase que me dijiste y no parabas de recordarme cuando yo no estaba bien: si eres optimista en tus pensamientos, avanzarás.
Optimismo hijo, optimismo... Algún día el optimismo llegará a ser una virtud, acuérdate también de esta frase.
A Nico le incomodaba la actitud que había tenido su padre en ese momento y en otras muchas ocasiones este último mes. Sin embargo, sabía que por muy poco que lo animaba, salía adelante.
Pues papá, créeme cuando te digo que tú tienes muchas y muy buenas virtudes...
Marc se secó las lágrimas, levantó la cabeza, miró a los ojos a su hijo y mientras ambos empezaron a reírse al mismo tiempo tras aquella última frase, Nico pretendió bromear con su padre e intentó agarrarle con la intención de tumbarlo en aquella cama estrecha, pero Marc logró sujetarle las manos tras la espalda y lo echó en su catre boca abajo, como si fuese un delincuente cual reducir. Nico se intentó defender pero su padre le hizo una llave que lo inmovilizó por completo.
—Ya verás cuando crezca un poco más... —dijo Nico con dificultades al tener la boca casi tapada en el catre mientras se reía.
—Eso habrá que verlo chaval... —dijo su padre sonriendo mientras lo soltaba.
Después de la aquella desnivelada lucha por la supervivencia del más fuerte, decidieron que ya era el momento de vestirse para la presentación.
Ambos se prepararon y fueron hacia el salón principal. Llegaron allí y se quedaron de pie esperando en un lateral de la sala, donde lentamente iban llegando todos los pasajeros que faltaban al encuentro.
Marc se quedó observando a una bella mujer que entró junto a una niña que parecía su hija. A simple vista, intuyó que aquella mujer rondaba su edad y le llamó la atención porque en algunos rasgos físicos le recordaba a su esposa. Medía alrededor de 1,65 metros y tenía el pelo moreno, largo y liso. Lucía unos preciosos ojos negros y portaba un bonito vestido veraniego con un estampado floral. Aquella mujer empezó también a observarle. Los dos mantuvieron la mirada varios segundos pero permanecieron con el rostro serio. Enseguida se dejaron de mirar.
Por fin el capitán hizo su primera aparición. Éste fue el último en entrar en el salón, se situó entre sus empleados que le esperaban de pie en formación y empezó a decir sus primeras palabras a los pasajeros:
Buenas tardes. Bienvenidos al Ohlepse II —dijo seriamente con acento portugués y cogió aire para seguir hablando—: Me llamo Joao Ngo, soy senegalés y soy el capitán del barco. Espero que su estancia sea la más agradable posible. Nuestro destino es Dakar y el tiempo estimado en llegar es algo más de tres días. A vuestra disposición, están mis compañeros y tripulantes de esta travesía que seguidamente procederé a presentar: Marcelo, es nuestro primer oficial dijo poniendo la mano en su hombro y posteriormente, hizo lo mismo con los demás—. Marco, es nuestro cocinero y Juan Carlos, es el jefe de máquinas.
El capitán siguió mostrándose muy serio y habló rápidamente como si tuviera prisa en terminar. Todos le escucharon atentamente y a la gran mayoría le llamó la atención la juventud de éste y porque no llevaba puesta la chaqueta del uniforme. Como era obvio y debido a su origen, su piel era color negra. Medía alrededor de 1,65 metros y tenía el pelo negro, corto y rizado.
A pesar de que el oficial apuntó a todo aquel que iba entrando en el barco, el capitán Joao accedió a pasar de nuevo lista para asegurarse de que todos estuvieran a bordo. Parecía que estaba obsesionado en que nadie faltase en aquella travesía. Uno por uno, fue mencionando los nombres de todos los pasajeros para que se presentaran ante él.
Pasó algo curioso en la presentación cuando llegó el turno de la niña que iba con su madre. El capitán se agachó para saludarla y la niña pudo ver un medallón que sobresalía de su camisa blanca, llamando la atención de ésta:
¡Qué bonito! ¿Dónde lo has comprado?
Aquel medallón estaba formado por dos octógonos en su parte exterior, uno dentro de otro y en su parte central podía distinguirse claramente el símbolo de la vida, justo debajo de una doble letra “T”. El medallón descrito tenía esta imagen:


El capitán se incorporó rápidamente, volviéndose a meter el medallón en su camisa y no dijo absolutamente nada al respecto. Siguió con su rostro serio y se puso algo nervioso tras las palabras de aquella niña. Enseguida, procedió a seguir con el nombramiento de los pasajeros hasta que llegó al último.
Los pasajeros y los tripulantes de aquel barco estaban compuestos por personas de diferentes nacionalidades: ocho españoles, dos estadounidenses, un chino, un japonés, el oficial brasileño, el jefe de máquinas chileno, el cocinero italiano y el capitán senegalés. Todos estaban a bordo. De nuevo, dio la sensación de que el capitán quería terminar cuanto antes aquel encuentro con los pasajeros y les dijo sin más demora que a las nueve les esperaba para la cena. Todos se mostraron tímidos al principio y todo indicaba que iban a esperar a aquella primera cena para empezar a establecer conversaciones entre ellos.
Después de este primer encuentro, Marc y Nico llegaron de nuevo a su camarote. Nico no pudo esperar más y le comentó a su padre:
¿Qué me dices de la mujer del vestido con estampado de flores? Te has fijado, ¿no?
Nico, no estoy para ligar en estos momentos —le contestó seriamente.
Ya papá, pero alguna vez tendrás que superar lo de mamá, no querrás seguir el resto de tu vida solo. Cada vez te veo peor y no te digo que te cases con ella, pero sí que te abras socialmente a otras personas.
Lo sé, pero no me siento con fuerzas para nada.
Marc apenas había empezado a superar el fallecimiento de su mujer. Para él, no había nadie que superase su extraordinaria humanidad, personalidad y belleza. Ella era una mujer perfecta para él. Inconscientemente, pensaba que no habría mujer que se le pareciera, que no sería posible encontrar a otra persona de iguales o similares características que le llenase tanto y le hiciera una persona tan feliz como él era antes de que ella marchara.
—Vamos papá. Que aunque no vayas de ligue, deberías vestirte como lo que somos, una familia guapa.
Lo dirás por ti, porque yo tengo una cara de cansancio que podría actuar de extra en una película de zombis —ahora bromeó y añadió sinceramente—: pasaría de esta cena y me tumbaría en el catre hasta que llegásemos a África.
Va que sólo cenamos y enseguida regresamos al camarote. Pero por lo menos cenamos, que yo estoy hambriento... —dijo poniéndose una mano en su tripa.
Ambos descansaron en el camarote y cuando llegó la hora, Marc accedió a las palabras de su hijo; se pusieron medianamente elegantes y fueron al salón principal. Una vez allí, observaron que en cada lugar en la mesa había un papelito con el nombre de cada uno de ellos.
Fueron llegando todos y casualmente, a Marc le tocó sentarse al lado de la mujer del vestido con estampado de flores que, para esta ocasión, llevaba un vestido negro más elegante. Nico, obviamente, el papelito le situó al lado de su padre.
Todos los pasajeros y tripulantes del barco, excepto el capitán, asistieron a aquella cena, y antes de empezar, el primer oficial se lo comunicó:
Buenas noches. Tengo que informaros que el capitán no puede asistir y compartir con vosotros la cena de esta noche. De su parte, os desea una cena agradable. Adelante, ya podéis empezar —dijo finalmente señalando a los platos que había en la mesa.
Los empleados del barco se sentaron junto a ellos y todos comenzaron a coger comida hacia sus platos. Nico, que parecía que esa mujer del vestido negro le gustaba para su padre, le dio un pequeño toque con el codo en el brazo a Marc con la intención de que empezase a establecer una conversación con ella. Un poco nervioso, Marc accedió a decirle algo a aquella mujer:
Buenas noches, ¿qué tal?
Bien gracias dijo la mujer sonriendo tímidamente.
Me llamo Marc, ¿y tú?
Julia... y esta es mi hija Iris, tiene nueve años.
¡Qué guapa! Y que nombre tan bonito... dijo Marc mirando a la niña y decidió presentar también a su hijo—. Este es mi hijo Nico, y está en la edad del pavo.
Los cuatro sonrieron tras esa frase y sin más empezaron a degustar la comida. Siguieron conversando durante toda la cena y estuvieron hablando con todos sobre diferentes temas sin ahondar mucho de sus vidas personales. Marc comentó que era policía municipal de Madrid y Julia enfermera en paro de Valencia.
Además, empezaron a conocer a los demás integrantes del barco: Álvaro, un hombre interesante de cincuenta y un años. Era español al igual que Ander, Leo y Verónica. Las demás personas eran de otros países como la joven pareja estadounidense formada por Daniel y Elizabeth. También conocieron a los estudiantes Riku, que era Japonés, y a Wei, de nacionalidad China. Los tripulantes del barco fueron anteriormente presentados por el capitán. Curiosamente todos hablaban español, debido a su lengua materna o de forma aprendida, fue el idioma empleado para todas las conversaciones.
Durante toda la cena, el capitán se mantuvo al margen del grupo ocupando su puesto de mando, momento en el que el individuo que entró de forma infiltrada en el barco, aprovechó para llegar sin problemas hasta el camarote del capitán. Empezó a rebuscar por los cajones y encontró varias joyas, relojes, reales brasileños y unos cientos de euros. Nada de eso le interesó y siguió buscando. Parecía que quería hallar algo en concreto. En uno de los cajones que abrió, encontró algo que le sí le agradó. Cogió una hoja que había en su interior, la introdujo con cautela en un plástico que llevaba consigo para protegerla y se la guardó. Justo en ese instante, pudo escuchar unos pasos fuera del camarote y se escondió detrás de la puerta. Era el capitán. Éste entró en su camarote, se quitó la camisa blanca que llevaba y dejó su medallón en una mesa para rociarse desodorante. El hombre que estaba escondido detrás de la puerta pudo ver aquel medallón. En ese momento aquel tipo se llevó la mano a la espalda con la intención de sacar su arma, una pistola semiautomática 9mm, pero finalmente recapacitó y optó por pasar desapercibido por aquel barco. Por suerte para el capitán, volvió a coger el medallón y se lo colgó de nuevo en su cuello. Se puso una camisa limpia y volvió al puesto de mando. El hombre desconocido, se aseguró que no hubiera nadie en los pasillos, salió de aquel camarote sigilosamente y volvió de nuevo a esconderse en las bodegas.
Después de aproximadamente una hora de cena, Marc y Nico fueron los primeros en levantarse de sus asientos para ir a descansar a su camarote. Los demás pasajeros del barco no tardaron mucho más tiempo en hacer lo mismo. Al parecer, no había nadie que tuviera fuerzas para seguir charlando pues necesitaban descansar.
Todos los pasajeros y la tripulación del barco ya estaba durmiendo en sus respectivos camarotes y la noche avanzó sin sobresalto alguno. Como de costumbre en aquel último mes, Marc apenas pudo pegar ojo, no paraba de pensar en su mujer y en las extrañas circunstancias en las que falleció.
Llegó el segundo día de viaje y medida que se iban despertando, fueron desayunando en el salón principal. Unos pasaron la mañana paseando por el barco o tomando el sol en cubierta, otros prefirieron quedarse en sus camarotes. La hora de comer se les echó pronto encima para muchos porque se levantaron tarde y a pesar de que esta embarcación no se la podía calificar como crucero, todos se sorprendieron al ver que ningún empleado del barco les indicaba que había un horario establecido para comer como ocurre en los cruceros tradicionales. Así que los pasajeros decidieron fijar una hora para comer y otra para cenar para que el cocinero Marco no estuviera cocinando a todas horas. De nuevo, el capitán se mantuvo al margen y todos se conocieron un poco más durante aquella comida. En esas convivencias, Marc y Nico tuvieron más afinidad con el español Álvaro, con Julia e Iris, con la estadounidense Elizabeth y con su novio Daniel, ya que éste último también era policía, concretamente mosso d´escuadra de Barcelona.
 Pasó el segundo día en aquel barco y llegó noche. Todos seguían disfrutando de la travesía y ésta continuó siendo tranquila como en todo el trayecto pero, durante aquella madrugada, mientras todos estaban descansando en sus respectivos camarotes la embarcación empezó a balancearse bruscamente, despertando a la mayoría de los pasajeros. Éstos salieron alarmados al salón principal y preguntaron por lo sucedido.
¿Se puede saber qué ocurre? preguntó Leo, uno de los españoles.
El primer oficial llegó en esos momentos al lugar donde estaban para tranquilizarlos y les dijo:
No os preocupéis, estamos pasando por una zona de fuerte oleaje, nada más. Volved a vuestros camarotes, por favor.
EL oficial volvió enseguida al puesto de mando con el capitán después de informar sobre lo ocurrido a las personas que salieron de sus camarotes sobresaltadas. El barco empezó a balancearse cada vez más fuerte y se comenzaron a escuchar unos fuertes ruidos como si el armazón o alguna parte del barco crujiese. Vieron cómo los vasos y cubiertos que quedaron en la mesa tras la cena de aquella noche se iban cayendo al suelo. Los presentes en el salón principal no podían disimular su estado de preocupación y gracias a la ausencia del personal del barco, propició para que alguno hiciera algún comentario sobre lo que estaba sucediendo:
—¿Fuerte oleaje? Para mí que este capitán no tiene ni idea de navegación opinó Ander.
Sí, además parece demasiado joven para ser un capitán opinó también Álvaro.
Al cabo de varios minutos, el barco volvió a estabilizarse y a navegar suavemente. Todos decidieron entonces, seguir descansado en sus respectivos camarotes. Parecía que todo había quedado en un pequeño susto.
Llegó el tercer día de travesía y como ocurrió el día anterior, la hora de comer les llegó pronto. En esta ocasión, los tres empleados del capitán decidieron comer a parte de los pasajeros. Una vez terminaron, decidieron tomarse algo de tiempo libre y fueron a tomar el aire a cubierta. Mientras estuvieron conversando y fumaban algo de tabaco, vieron algo extraño en la parte de proa que les llamó la atención. Los tres se acercaron lentamente y de entre varias cajas y barriles, apareció aquel hombre misterioso que había entrado de forma infiltrada en el barco. Surgió frente a ellos sorprendiéndolos con una pistola en la mano y apuntándoles. Los tres empleados se quedaron totalmente asombrados e inmóviles. Levantaron las manos y aquel hombre les habló:
—“Bring me the captain!” (Traedme al capitán).
Con miedo a lo que aquel hombre pudiera hacer, actuaron con prudencia.
—Tranquilícese, por favor —dijo Juan Carlos que era el que se encontraba menos nervioso.
Marcelo, sin decir nada, le entendió y obedeció. Preocupado y exaltado, emprendió con rapidez el camino que le separaba hasta el camarote del capitán. Tanto que, golpeó sin querer a varios pasajeros mientras iba atravesando los pasillos y tiró varias cajas que le impedían avanzar con velocidad. Los empleados que quedaron en cubierta, intentaron hablar con aquel hombre para que se tranquilizase. Los demás pasajeros que estaban en ese momento fuera de sus camarotes, se sorprendieron al ver al  oficial que bajaba de cubierta alterado y nervioso. Debido a ello, subieron curiosos para ver lo que estaba ocurriendo allí arriba.
Sin llamar a la puerta del camarote del capitán, el oficial la abrió bruscamente, empujándola con fuerza. El senegalés se encontraba descansado en su confortable cama y se levantó sobresaltado. El oficial, casi sin aliento le dijo:
—¡Capitán! ¡Hay un hombre de habla inglesa en cubierta que no venía en la lista de los pasajeros y pregunta por usted! Lo hemos rodeado y le estamos intentando tranquilizar pero no dice ni una palabra. Lo peor de todo es que lleva una pistola y nos está amenazando.
Cuando el oficial le contó esta noticia al capitán, éste se quedó estupefacto y con cara de absoluta preocupación. Creyó saber quién podría ser aquel hombre. Se puso muy nervioso y tardó algún segundo en reaccionar hasta que propinó unas palabras:
—¡Oficial, hay que capturarlo! ¡Vivo o muerto! Y si es muerto, ¡mejor!
Al escuchar estas palabras el oficial se quedó desconcertado. No comprendía el grado de preocupación del capitán al enterarse de que un individuo estuviese con ellos en aquella travesía. El capitán sacó un revólver de un cajón doble de su camarote parecida a la del hombre infiltrado y sin mas demora, corrieron para llegar a cubierta.
Una vez allí, pudieron observar que todos los pasajeros del barco, excepto las mujeres y la niña, se encontraban en el lugar de los hechos. El individuo estaba en un extremo de la proa del barco moviendo su pistola de lado a lado con la intención de disparar a quién se le acercase. No parecía nervioso, con lo cual, daba a entender que no sería la primera vez que utilizaba un arma. El norteamericano Daniel y Marc, habían vivido varias situaciones similares por sus profesiones y sabían qué hacer en estos casos extremos. Intentaron establecer una conversación en inglés con el intruso pero éste no estaba por la labor de responder a ninguna pregunta y sólo parecía tener interés por hablar con el capitán. El aludido, optó por acercase más que el resto al individuo con la intención de establecer una conversación, antes que llegar a utilizar su revólver que llevaba bien guardado en la parte trasera de sus pantalones.
—“Hello¡ My captain” —dijo el individuo en inglés, sonriendo y con un cierto tono burlesco (¡Hola! Mi capitán)—. ¿Te sorprende verme aquí? —dijo finalmente en español con acento inglés.
El capitán mostraba un rostro serio y le caían gotas de sudor debido a la carrera hasta allí y por la tensión del momento. Estuvo unos segundos pensativo antes de intentar articular alguna palabra. De repente, abrió totalmente sus oscuros ojos como síntoma de sorpresa porque pareció recordar quién era aquel hombre y a los demás les dio la sensación de que aquellos dos ya se conocían de antes. En ese momento el capitán sabía que no había nada que hablar con ese tipo y no dudó en ponerse la mano en la parte de atrás con la intención de sacar su arma sin pensar en las consecuencias que podía traer un tiroteo entre tanta gente inocente.
Justo en aquel momento, ocurrió algo extraordinario. Una especie de enorme sombra empezó a cubrir lentamente el barco por la parte de proa. Todos los pasajeros y tripulantes que se encontraban en aquel instante en cubierta, empezaron a mirar hacia arriba como si esperasen ver algo que tapase el sol. Como si de un eclipse se tratara, la oscuridad empezó a avanzar por donde estaba el hombre desconocido y paulatinamente, fue avanzando por el barco. La sensación de oscuridad no era absoluta porque reflejaba la luz del sol que iluminaba el horizonte. A medida que iba avanzando la sombra, una ligera niebla fue apareciendo ante sus ojos. Todos permanecieron parados y sin saber qué hacer. Parecía que nadie sabía lo que estaba ocurriendo y nadie supo que decir al ver aquel extraño fenómeno. Hace unos segundos no había ni una nube a cientos de kilómetros de distancia y de repente, no pudieron ver el sol. A pesar de que no existía un oleaje demasiado agresivo en el mar, el barco empezó a balancearse y cada segundo que avanzaba lo hacía con más fuerza y de forma gradual.
El capitán, miró atónito lo que estaba presenciando y decidió no coger su arma. Sin esperar ni un segundo más y para sorpresa de todos, empezó a bramar:
 —¡Debemos evacuar el barco! ¡Recoged vuestras pertenencias, poneos los chalecos salvavidas y subid a los botes! ¡Rápido!
Los viajeros se quedaron tremendamente asombrados y asustados ante la reacción del capitán. No entendían por qué ahora debían de dejar a aquel individuo armado suelto por el barco y además parecía que tenían que abandonar la embarcación. Muchos le preguntaron inmediatamente por qué debían hacer una cosa así pero el capitán no respondió a nadie, yéndose hacia el interior del barco. Todos le hicieron caso e ignoraron al hombre desconocido dejándolo allí solo, como si no estuviera. Éste también se quedó atónito ante lo que estaba presenciando. Se quedó totalmente paralizado y dejó de amenazarles con el arma. Debido a la repentina reacción que tuvo el capitán, parecía que él era el único que entendía algo de lo que estaba sucediendo.
Los pasajeros fueron detrás del capitán para dirigirse a sus camarotes y siguieron preguntándole qué era lo que estaba ocurriendo, pero éste les ignoró y siguió mostrándose reacio a establecer una conversación con cualquiera y continuó su camino hacia la cabina de mando sin decir palabra alguna.
Cerraron la puerta de cubierta para que el individuo infiltrado no accediese al interior del barco. Justo en aquel momento, la sirena de emergencia comenzó a sonar y se empezó a escuchar un mensaje grabado en la megafonía de la embarcación que decía lo siguiente: “Atención, esto es un mensaje de emergencia, evacuen el barco inmediatamente. Pónganse el chaleco y diríjanse a los botes salvavidas situados en cubierta”. El mensaje se repetía una y otra vez al mismo tiempo que la sirena estaba activa. Todos mostraban mucho miedo y nerviosismo ante tal situación extrema. Tal y como les dijo el capitán, se pusieron los chalecos salvavidas que había en sus camarotes y recogieron sus pertenencias. Rápidamente, accedieron al plan de evacuación descrito anteriormente por el capitán y por el mensaje de megafonía.
Los empleados del barco abrieron la puerta que accedía a cubierta y se cercioraron de que aquel individuo que dejaron libre no fuera una amenaza para nadie. No lograron encontrarlo y todos salieron a cubierta. Aquella misteriosa sombra ya había cubierto totalmente el barco. Con relativa orden y rapidez, todos los pasajeros y tripulantes iban subiendo a los botes salvavidas.
Existían dos botes con capacidad para un máximo de diez personas cada uno. Muchos se quedaron sorprendidos al ver que sólo podían ser evacuadas como mucho veinte personas cuando había muchos más camarotes en aquel barco. Uno de ellos, lo iba a dirigir el primer oficial y otro el capitán. En ambos se escucharon de nuevo preguntas de por qué debían evacuarlo. Existía una profunda preocupación en aquellos delicados momentos porque no veían tierra por ninguno de los puntos cardinales. El barco seguía balanceándose con violencia. En uno de los botes el español Ander no quería subirse hasta que no le explicase el capitán que era lo que estaba ocurriendo y por qué debían de abandonar aquella embarcación tan repentinamente.
Justo en aquel momento, el barco empezó a inclinarse como si estuviese atravesando una especie de escalón y al cabo de varios segundos, se escuchó un fuerte crujido. El barco se estaba empezando a partir en dos.
—¡No hay tiempo! ¡Sube! —gritó el capitán a Ander.
Sin decir ni una palabra más y al comprobar que ya no había otra opción posible, Ander subió con rapidez al bote impresionado ante lo que estaba sucediendo. Después de que el barco atravesase lo que parecía un escalón, volviera a su posición horizontal y dejara de balancearse bruscamente, el capitán dio la orden de bajar los botes al mar. No tuvieron dificultad en hacerlo.
Se situaron en el mar y empezaron a remar para alejarse de aquel barco que tenía una importante grieta y empezaba a entrarle agua. Para sorpresa de todos, ahora el poco oleaje que existía empezó a remitir, quedando el mar en una relativa calma, a la vez que  empezaron a ver cómo lentamente algunos rayos de sol iban incidiendo sobre ellos hasta que aquella misteriosa sombra desapareció por completo. Cuando ya estaban a una prudente distancia de seguridad, dejaron de remar y observaron atónitos y apesadumbrados cómo la embarcación que tenía que haberles llevado hasta África, se estaba hundiendo ante sus ojos sin que ellos pudiesen hacer nada por impedirlo.
Justo antes que se hundiera por completo, vieron cómo el hombre desconocido de habla inglesa saltaba del barco. La mayoría de las personas de los botes se pusieron de pie para observar si aquel hombre había sobrevivido, pero no lograron ver anda. Muchos de ellos miraron al capitán y casi a la vez le dijeron:
—¡Tenemos que ir a buscarlo!
El capitán movió la cabeza de un lado a otro con un rostro serio para dar a entender que no era buena idea y ordenó que empezaran a remar de nuevo en dirección opuesta al barco. Todos le hicieron caso y no rechistaron demasiado ya que aquel individuo les había amenazado con un arma.
Finalmente y sin que llegara a partirse en dos, el mar se engulló el Ohlepse II.
Todas las personas que componían aquel naufragio estaban totalmente desconcertadas y asustadas ante lo sucedido. El cielo mostraba con esplendor su color azul, la niebla desapareció por completo y el mar apenas tenía ola alguna. Se habían quedado en medio de la nada, en dos pequeños botes salvavidas y sin apenas provisiones. Ahora la única manera que tenían para sobrevivir, era que alguien llegase hasta sus posiciones y los rescataran o que ellos buscaran tierra para poder sobrevivir algún tiempo más. Todos le preguntaron al capitán si mandó alguna señal de socorro antes de lo sucedido, contestando éste afirmativamente.
Los que remaban en los botes no veían sentido a lo que estaban haciendo y cuando el capitán vio que dejaban de hacerlo, les dijo seriamente que siguieran remando de nuevo en dirección contraria al barco hundido. Muchos de ellos confiaban en que no tardarían en ser rescatados pero se mostraron muy nerviosos ante la delicada situación en la que se encontraban. Otros, culpaban al capitán de lo sucedido sin ningún argumento de peso.
Marc y Nico permanecieron juntos en todo momento. No podían creer por lo que estaban pasando. Lo que parecía unas vacaciones tranquilas, se convirtió en un naufragio y en una lucha por la supervivencia. Estando allí, en medio del mar, prácticamente a merced de las corrientes oceánicas, no podían disimular que estaban asustados y con miedo por lo que les podría pasar a partir de ahora.
Sólo pasaron diez minutos desde que empezaron a remar cuando Leo se puso de pie en el bote salvavidas y sobresaltó a todos cuando gritó:
—¡Veo tierra! —dijo señalando el horizonte.

Todos se levantaron para ver hacia donde indicaba su dedo índice y empezaron a sonreír y a abrazarse. No era para menos, habían encontrado tierra y estaban salvados. Desde su posición, podían divisar que podría tratarse de una isla. Aquel hallazgo suponía poder sobrevivir más tiempo, pero se encontraban en manos de lo que aquel lugar desconocido les pudiera ofrecer.

domingo, 16 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 1 - EL TURNO DE LA DESOLACIÓN


Capítulo 1

El turno de la desolación



La brisa del mar le provocó un nuevo escalofrío. Él permanecía allí, sedente en la fina arena mojada y manteniéndose impasible ante la violenta tormenta que ya le había empapado por completo. En aquel nostálgico momento, su inexpresable mirada permanecía inmóvil y perdida en el lejano confín, ligeramente hipnotizado y cautivado por la delgada línea que separaba el cielo nublado del inmenso mar. Su actual estado anímico le impulsó a salir de las cuatro paredes de su lujoso apartamento y quedarse allí, imperturbable ante cualquier inoportuna inclemencia, pues parecía que no existía nada que le pudiera molestar, nada que le pudiese dañar, porque su interior ya estaba herido.
Así es como Marc recibió el amanecer de un nuevo día en la cálida ciudad brasileña de Natal. Era el séptimo día de la primera parte de sus vacaciones y las de su hijo Nicolás. La tormenta seguía descargando con fuerza y ni siquiera se inmutó cuando sus rayos impetuosos se le acercaban. De repente, una mano se posó sobre su hombro mojado. Llegó su hijo y antes de que dijese palabra alguna, no dudó en extenderle una pequeña manta por la espalda para protegerle de la humedad. Posteriormente le dijo:
No podías dormir, ¿verdad?
A pesar de la llegada de Nico, todavía permaneció inmóvil, con la cabeza erguida y la mirada fija en el mar. Pasados unos cinco segundos de silencio, que invirtió para tragar saliva y poder así expresarse con normalidad, le contestó:
—Por lo que veo tú tampoco. Deberías descansar, hoy nos espera un largo viaje.
Vale, pero déjame acompañarte antes.
Nico se sentó al lado de su padre. Tampoco le importaba el aguacero que caía en aquel instante pues notó que necesitaba su compañía en aquel momento de decaimiento como éste y se acercó hasta su posición para poder estar junto a él. Los dos permanecieron allí sentados bajo la tormenta. Las saladas lágrimas de ambos se mezclaban con las templadas gotas de lluvia y su silencio transmitía más desolación que mil palabras del relato más triste jamás escrito. En aquellos momentos difíciles era cuando más se necesitaban mutuamente y Marc se sentía mejor con el simple hecho de la cercana presencia de su hijo.
Tras cinco largos y melancólicos minutos, Nico se levantó con la intención de entrar al apartamento y aconsejó a su padre:
Deberías entrar tú también. El viaje se nos va a hacer largo a los dos.
Nico se fue alejando del lugar y entró al bloque de apartamentos. La manta que le llevó a su padre no tardó en mojarse por completo. Marc decidió no esperar más, se levantó y fue tras él.
Rendido de sueño, Marc entró en su dormitorio. Se quitó la ropa empapada, se puso el pijama, se secó el pelo mojado con una toalla, programó el despertador y se tumbó en su confortable cama. Una noche más, intentó descansar lo máximo posible pues, conciliar el sueño este último mes se había convertido en una auténtica proeza para él. Por suerte, esta vez no tardó en dormirse.
Se desveló antes de que le avisase el despertador. Todavía acostado, se giró de lado en la cama y de nuevo, quedó vencido por su desolación, volviendo a romper a llorar al ver que a su lado ya no dormía su mujer, recientemente fallecida. No podía soportar la idea de que ya no iba a despertarse jamás con sus enérgicos besos ni iba a contemplar nunca más su dulce sonrisa y sus preciosos ojos azules.
Este era el motivo principal de aquellas vacaciones; ambos necesitaban cambiar radicalmente la rutina diaria para intentar sentirse algo mejor tras aquella terrible pérdida para ambos. Pasar el tiempo en el trabajo, en el instituto o en casa, significaba pensar en cada minuto y en cada segundo en ella. Experimentaron por primera vez en sus vidas el miedo y el dolor que supone el gran cambio a corto plazo tras perder a un familiar cercano. Unas vidas trastocadas repentinamente por el impredecible y caprichoso destino. Estando en aquel fantástico lugar, Marc pensó que lograrían evadirse de la tristeza, pero era inevitable dejar de pensar en ella. Lógicamente, a pesar de haber estado siete largos días en un lugar paradisíaco junto a su hijo y disfrutando de todo lo que aquel fantástico sitio le ofrecía, no lograba conseguirlo. Sólo había pasado un mes desde que falleció y para él, como para muchos, era poco tiempo para pasar página.
Marc intentó hacer una vida normal pero le fue imposible. Tenía muy claro que era la mujer de su vida. Con ella tenía un cien por cien de complicidad y pensaba que si existiese una vida eterna, ella sería sin duda la persona elegida por él para compartirla. Era como empezar una nueva vida muy diferente, muy distinta a la idea que vaticinaba en su mente para conseguir que su vida fuese feliz, plena y satisfactoria.
Él era muy perfeccionista y persuasivo; si un camino se empezaba a torcer, no cedía ante nada para que volviera a encauzarse. Su familia y amigos se sentían afortunados de tenerle en sus vidas porque era un hombre muy hilarante; les transmitía alegría y ganas de vivir. Además, llegó a ser una persona tremendamente optimista y luchadora; hacía que cualquier persona de su alrededor se contagiara gracias a su fantástica actitud. Pero su carácter cambió repentinamente tras aquel triste suceso. Sin darse cuenta, empezó a creer que el mundo estaba en su contra y no paraba de pensar en lo injusta que era la vida. Su autoestima había bajado a valores preocupantes, ya no tenía confianza en sí mismo y comenzó a comportarse como una persona taciturna.
Marc decidió levantarse de la cama. Se quitó de encima la sábana empapada en sudor que había dejado durante las pocas horas que había conseguido dormir y se acercó a la ventana cuyo doble cristal seguía mojado. Miró a través de ella y observó que la tormenta ya había pasado. Había dejado a su paso gran cantidad de lluvia, equiparable a las lágrimas derramadas por él desde el mismo día su pérdida. El radiante sol ya secaba los considerables charcos al igual que él hacía lo mismo con sus lágrimas. Apagó el despertador que iba a sonar en cinco minutos e inconscientemente, volvió a tumbarse en la cama.
Ahora pensaba en su hijo Nico. Sabía que necesitaba y mucho, su inestimable compañía. Él era la persona más importante en su vida. Necesitaba su cariño y ahora más que nunca en estos momentos tan difíciles que ambos estaban viviendo. Este último mes había sido tanto para su hijo como para él, el peor de su vida. Era incapaz de centrarse en los estudios y su padre decidió llevárselo con él de vacaciones para que intentase estar lo mejor posible.
Nicolás era un chaval de quince años y era moreno como sus padres. Siempre llevaba el pelo corto y en algunos rasgos como la nariz, la barbilla y los ojos azules, se parecía más a su madre que a su padre. En la constitución física atlética se asemejaba más a su padre. Ambos median alrededor de 1,75 metros y seguro que Nico le superaría en este aspecto ya que le quedaban todavía algunos años de crecimiento. Ambos eran agraciados físicamente, apuestos, guapos y atractivos. Marc tenía treinta y cuatro años y desde que su hijo nació, mantuvo el mismo aspecto: pelo liso y largo hasta la nuca y con una barba mantenida de tres días. Contrariamente a su padre, Nico demostró una gran fortaleza interna y demostró una increíble madurez.
Antes de que Marc fuese al dormitorio de su hijo para despertarlo, Nico se adelantó y llegó antes al suyo. Pudo ver a su padre tendido en la cama boca arriba y muy pensativo. Observó que como él, también había empapado las sábanas de sudor y accedió a preguntarle preocupado:
—¿Has podido descansar?
Su padre dejó de mirar el techo del dormitorio y dirigió la mirada hacia él, contestándole:
Sí, la lluvia me ha relajado. ¿Y tú que tal?
Mientras Marc decía esas palabras, Nico se tumbó al lado de su padre.
Yo también he conseguido descansar algo, ¿a qué lugar de este planeta tengo que llevarte para que logres dormir una noche entera? —le preguntó finalmente Nico, sonriendo e intentado animar a su padre en aquellos primeros minutos de la mañana.
Si en este lugar paradisíaco no lo consigo, ya me dirás tú dónde... —dijo lamentándose.
Este era otro momento en el que Nico notaba que su padre necesitaba su ayuda. Cada vez que su padre mostraba efectos de abatimiento, él intentaba animarle sin cesar hasta que se alejase de los pensamientos pesimistas. Sabía perfectamente la clase de persona que era su padre. Estaba convencido de que el cambio en su carácter era pasajero y que con su ayuda, pronto volvería a ser esa persona idolatrada por él.
—Ya verás como sí podrás conseguirlo.
Tan sólo unas pocas palabras de ánimo fueron suficientes para que Marc se sintiese mejor e incluso bromeara con él.
¡Vamos Nico! Hay que levantarse que hoy nos espera un largo viaje y no querrás perderte a los animalitos de África, ¿verdad? —le dijo mientras giró la cabeza para mirarle a los ojos.
Ambos sonrieron.
Bastante animales veo ya en mi instituto —bromeó.
Ambos volvieron a sonreír.
Nos irá bien estar unos días en África y ver de cerca animales salvajes. Tú siempre has estado metido en la capital y el único árbol que conoces tiene tres luces: rojo, ámbar y verde. Venga, levántate y prepárate que después de comer nos espera el crucero.
Después de esta agradable charla matutina, Marc se animó y tomó la iniciativa de levantarse de la cama. Ambos se asearon, desayunaron y se prepararon para abandonar el apartamento; recogiendo sus respectivas pertenencias y haciendo sus maletas.
Una vez los dos estuvieron listos para marcharse, cerraron la puerta de su provisional y lujoso alojamiento de una semana y bajaron a la planta baja. Una vez allí, le dieron las llaves al simpático portero y se despidieron de él. Al salir del bloque de apartamentos, fuera les esperaba un taxi del lugar que les llevaría al puerto marítimo donde allí mismo comerían antes de tomar el barco.
Nada más llegar, buscaron un restaurante cercano a aquella zona que le gustase a Nicolás. Éste eligió una pizzería y rápidamente se sentaron en una mesa de la terraza, miraron la carta y pidieron sus pizzas preferidas. No tardaron más de diez minutos en terminar de degustar ese preciado manjar para ellos. La última noche no probaron bocado debido a sus estados de ánimo y aquel mediodía se saciaron bien. Seguidamente, tomaron el postre, pagaron y decidieron dar un paseo antes de subir al barco para bajar la comida y hacer tiempo hasta la hora del embarque.
Estuvieron paseando por la zona del puerto pesquero y visitando alguna de las tiendas de souvenir del lugar. A falta de una hora para que el barco zarpase, decidieron ir a buscarlo. En ese momento, Marc sacó los billetes y leyó en voz alta su nombre:
—Nico, hay que buscar un crucero con nombre: Ohlepse II. Aquí pone que está en el muelle once.
—Que nombre más raro —opinó.
Ambos buscaron la embarcación por todo el muelle pero para sorpresa de ambos, no había forma de encontrarlo. Con cierto nivel de preocupación, decidieron ir a una oficina de información y venta de billetes del puerto marítimo para preguntar por él. Una vez allí, tuvieron que hacer quince minutos de cola, hasta que les llegó el turno.
—Buenas tardes, ¿habla español?
—Sí, señor.
Por favor, ¿un crucero llamado Ohlepse II con destino Dakar?
La chica que trabajaba en ese momento en información, estuvo mirando un par de minutos la lista de salidas de las embarcaciones. Finalmente, le dijo a Marc con acento portugués:
Señor, no hay ningún barco con el nombre Ohlepse II, ni siquiera tengo constancia de que hoy salga un barco a África.
Marc y Nico se sintieron muy preocupados ante tal información. Ahora habló Nico y le preguntó a la chica que les atendía:
—¿Está segura? ¿Ha mirado bien?
—Sí claro, ¿y ustedes están seguros de que hoy es el día del embarque?
Marc sacó los billetes, los miró de nuevo y se los enseñó a la chica, diciéndole:
—Mire, estos son los billetes. La fecha de salida coincide con el día de hoy. He ido al muelle que está escrito en ellos, pero el barco no se encuentra allí —dijo Marc algo nervioso.
—Lo siento señor, pero no puedo ayudarle. Vaya de nuevo al muelle descrito y pregunte por la zona. El siguiente por favor.
Esta bien, seguiremos buscando. Gracias de todos modos.
Ambos se dirigieron al muelle una vez más y mientras, comentaron aquel incidente:
¿Cómo es posible que no tengan registrado el barco en información? preguntó Nico.
Espero que sea un error y lo encontremos —dijo preocupado.
Los dos empezaron a buscar el barco de nuevo. Miraron por todos los puntos de embarque e incluso por otros muelles y preguntaron a la gente que encontraban a su paso si lo habían visto o lo conocían, pero no obtuvieron respuesta positiva alguna. Tras veinte minutos de nerviosismo e incertidumbre, su búsqueda fue satisfactoria y lograron encontrarlo. El barco no se encontraba en el muelle mostrado en los billetes de embarque.
—¡Ahí está, el Ohlepse II! dijo Nico señalando al barco.
—Sí, ese debe de ser —dijo Marc resoplando, exteriorizando su alivio—. Que pequeño es... —opinó finalmente para su asombro.
Ambos quedaron decepcionados ante aquel barco ya que se esperaban una embarcación más considerable. En los folletos de información de la agencia de viajes, mostraba claramente que en esta segunda parte de las vacaciones la iban a realizar a través de un crucero y se esperaron algo de más calidad. No obstante, se alegraron porque de este modo, sabían que no habría muchos pasajeros a bordo, teniendo la oportunidad de realizar un viaje más tranquilo y relajado.
Aquella era una embarcación con velas y con motores complementarios. En su interior albergaba un total de treinta camarotes de los cuales la mitad, eran individuales. Mientras se iban acercando hasta él, pudieron observar cómo la bandera brasileña ondeaba tanto en la parte de proa como en la popa y el nombre de aquel barco escrito en color rojo en el casco, Ohlepse II, encima de cuatro letras del alfabeto griego: εερμ. Aquellos caracteres y símbolos les llamaron la atención porque se percataron que su pintura brillaba como si las hubiesen pintado ese mismo día, pero no le dieron importancia. Al llegar hasta él, observaron que algunas personas ya estaban subiendo al barco y saludaban a la entrada a un hombre uniformado. Otras, ya habían subido y esperaban en la cubierta. Aquel hombre portaba una lista en sus manos con los pasajeros y los iba marcando con una pluma conforme iban subiendo.
Marc y Nico llegaron a la entrada del barco. Aquel hombre les ofreció la mano para saludarles y les dijo:
—“Boas tardes”.
Marc asintió con la cabeza dando las gracias por el saludo, le estrecharon la mano y sonriendo le dijo:
—Marc y Nicolás Oliver.
El oficial marcó sus nombres y les volvió a hablar:
—Bienvenidos al Ohlepse II. Soy el primer oficial. —les dijo tras comprobar cual era sus nacionalidades.
Con las maletas en la mano, subieron al barco y esperaron en cubierta hasta nueva orden para ocupar su camarote. Mientras tanto, iban viendo a las pocas personas que faltaban por embarcar cómo subían al barco y pudieron observar que sus pasajeros era gente de diferentes nacionalidades. A pesar de que el barco disponía de treinta camarotes, no tuvieron la sensación de que allí hubiese subido tanta gente.
Mientras los pasajeros y la tripulación del barco iban llegando, ocurrió un hecho inesperado y que pronto les podría traer ciertos problemas: un buceador, un hombre desconocido consiguió subir al barco sin que nadie lo viese. Entró sigilosamente y con la ayuda de un pequeño plano, se ocultó entre las bodegas.

Todo y todos estaban listos para comenzar aquella travesía. Sin mas demora, sonó la bocina del Ohlepse II y comenzaron a navegar. Un total de diecisiete personas, entre tripulación, pasajeros y aquel hombre infiltrado, fueron los componentes que embarcaron en aquel misterioso barco con destino África.


¿Por qué el misterioso barco no está registrado en información?
¿Qué significaran esas letras griegas que parece ser que están recién pintadas?
También el nombre del barco está recién pintado, ¿Tendrá algún significado el nombre "Ohlepse II"?

No te pierdas el próximo capítulo.