miércoles, 19 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 2 - UN EXTRAÑO FENÓMENO

2

Un extraño fenómeno


 No quedaba ni rastro de la tormenta que pasó la madrugada anterior por aquella magnífica ciudad turística. En ese momento de la tarde, el sol brillaba con toda su fuerza y no existía nube alguna en el horizonte. El día acompañaba pues, con un excelente clima favorable para navegar y las previsiones meteorológicas vaticinaban que varios anticiclones les iban a acompañar durante toda aquella travesía.
Dakar era el destino de aquel barco para que sus pasajeros disfrutasen de la que para algunos, era la segunda parte de sus vacaciones. Con una velocidad media de veinte nudos, el tiempo aproximado del viaje en aquella embarcación era de tres días y la estancia en el continente africano era de cuatro. El objetivo principal era visitar safaris de varios países, además de enriquecerse de su fantástica cultura.
Gracias a la ayuda de los pocos empleados del barco, los pasajeros del Ohlepse II se iban acomodando en sus respectivos camarotes. A todos les comunicaron personalmente que en una hora debían que estar listos en el salón principal para asistir a una primera presentación antes de la cena. Al único que todavía no habían visto por la embarcación, fue al capitán.
Marc y Nico entraron en su camarote común y una vez en su interior, pudieron ver extrañados que encima de sus catres reposaba un chaleco salvavidas en cada uno de ellos. Nico hizo un comentario al respecto:
—¿Este es el caramelo de bienvenida? —bromeó.
—¿Qué hacen aquí encima estos chalecos?
—No sé, pero da mal rollo. Es como si entras a un avión y bajan la mascarilla del oxigeno antes de despegar...
—Vaya camas más estrechas. Desde luego, éste no es el barco que aparece en el folleto de la agencia de viajes.
—Que raro... Quizá no haya hecho falta un crucero para la poca gente que somos y la agencia de viajes haya preferido utilizar otro barco más pequeño. ¿Qué hago con estos chalecos?
—Guárdalos en el armario —dijo Marc sin añadir nada más sobre el tema que estaban hablando.
Nico hizo caso a su padre y ambos deshicieron las maletas para pasar allí tres noches antes de llegar a su destino. Una vez concluyeron dicha tarea, Marc se sentó en uno de los catres, se puso cabizbajo y con los ojos llorosos comentó:
Por fin vamos a visitar África, a tu madre le hubiese gustado ver este continente, le encantaba.
De nuevo, Marc mostraba síntomas de nostalgia. Otra vez empezaba a añorar a su esposa fallecida y cada acción que realizaba sin ella, echaba de menos la sensación de compartir la vida y experiencias, porque para él, su mujer era mejor que la chica de sus sueños, porque ella, era real.
Lo sé, pero no llores que nos podemos poner a dúo y nos oirían en todo el barco dijo Nico con una media sonrisa, mientras se sentaba a su lado y le puso la mano en el hombro a su padre.
—Realmente sé que no debo de estar así más tiempo. Pero me vengo abajo cuando pienso que en esta vida debemos de pasar por las pérdidas esperadas y por las que son peores y no se las deseo a nadie, las inesperadas.
Papá, ambos lo estamos pasando mal pero hay que ser más optimistas. Te recuerdo una frase que me dijiste y no parabas de recordarme cuando yo no estaba bien: si eres optimista en tus pensamientos, avanzarás.
Optimismo hijo, optimismo... Algún día el optimismo llegará a ser una virtud, acuérdate también de esta frase.
A Nico le incomodaba la actitud que había tenido su padre en ese momento y en otras muchas ocasiones este último mes. Sin embargo, sabía que por muy poco que lo animaba, salía adelante.
Pues papá, créeme cuando te digo que tú tienes muchas y muy buenas virtudes...
Marc se secó las lágrimas, levantó la cabeza, miró a los ojos a su hijo y mientras ambos empezaron a reírse al mismo tiempo tras aquella última frase, Nico pretendió bromear con su padre e intentó agarrarle con la intención de tumbarlo en aquella cama estrecha, pero Marc logró sujetarle las manos tras la espalda y lo echó en su catre boca abajo, como si fuese un delincuente cual reducir. Nico se intentó defender pero su padre le hizo una llave que lo inmovilizó por completo.
—Ya verás cuando crezca un poco más... —dijo Nico con dificultades al tener la boca casi tapada en el catre mientras se reía.
—Eso habrá que verlo chaval... —dijo su padre sonriendo mientras lo soltaba.
Después de la aquella desnivelada lucha por la supervivencia del más fuerte, decidieron que ya era el momento de vestirse para la presentación.
Ambos se prepararon y fueron hacia el salón principal. Llegaron allí y se quedaron de pie esperando en un lateral de la sala, donde lentamente iban llegando todos los pasajeros que faltaban al encuentro.
Marc se quedó observando a una bella mujer que entró junto a una niña que parecía su hija. A simple vista, intuyó que aquella mujer rondaba su edad y le llamó la atención porque en algunos rasgos físicos le recordaba a su esposa. Medía alrededor de 1,65 metros y tenía el pelo moreno, largo y liso. Lucía unos preciosos ojos negros y portaba un bonito vestido veraniego con un estampado floral. Aquella mujer empezó también a observarle. Los dos mantuvieron la mirada varios segundos pero permanecieron con el rostro serio. Enseguida se dejaron de mirar.
Por fin el capitán hizo su primera aparición. Éste fue el último en entrar en el salón, se situó entre sus empleados que le esperaban de pie en formación y empezó a decir sus primeras palabras a los pasajeros:
Buenas tardes. Bienvenidos al Ohlepse II —dijo seriamente con acento portugués y cogió aire para seguir hablando—: Me llamo Joao Ngo, soy senegalés y soy el capitán del barco. Espero que su estancia sea la más agradable posible. Nuestro destino es Dakar y el tiempo estimado en llegar es algo más de tres días. A vuestra disposición, están mis compañeros y tripulantes de esta travesía que seguidamente procederé a presentar: Marcelo, es nuestro primer oficial dijo poniendo la mano en su hombro y posteriormente, hizo lo mismo con los demás—. Marco, es nuestro cocinero y Juan Carlos, es el jefe de máquinas.
El capitán siguió mostrándose muy serio y habló rápidamente como si tuviera prisa en terminar. Todos le escucharon atentamente y a la gran mayoría le llamó la atención la juventud de éste y porque no llevaba puesta la chaqueta del uniforme. Como era obvio y debido a su origen, su piel era color negra. Medía alrededor de 1,65 metros y tenía el pelo negro, corto y rizado.
A pesar de que el oficial apuntó a todo aquel que iba entrando en el barco, el capitán Joao accedió a pasar de nuevo lista para asegurarse de que todos estuvieran a bordo. Parecía que estaba obsesionado en que nadie faltase en aquella travesía. Uno por uno, fue mencionando los nombres de todos los pasajeros para que se presentaran ante él.
Pasó algo curioso en la presentación cuando llegó el turno de la niña que iba con su madre. El capitán se agachó para saludarla y la niña pudo ver un medallón que sobresalía de su camisa blanca, llamando la atención de ésta:
¡Qué bonito! ¿Dónde lo has comprado?
Aquel medallón estaba formado por dos octógonos en su parte exterior, uno dentro de otro y en su parte central podía distinguirse claramente el símbolo de la vida, justo debajo de una doble letra “T”. El medallón descrito tenía esta imagen:


El capitán se incorporó rápidamente, volviéndose a meter el medallón en su camisa y no dijo absolutamente nada al respecto. Siguió con su rostro serio y se puso algo nervioso tras las palabras de aquella niña. Enseguida, procedió a seguir con el nombramiento de los pasajeros hasta que llegó al último.
Los pasajeros y los tripulantes de aquel barco estaban compuestos por personas de diferentes nacionalidades: ocho españoles, dos estadounidenses, un chino, un japonés, el oficial brasileño, el jefe de máquinas chileno, el cocinero italiano y el capitán senegalés. Todos estaban a bordo. De nuevo, dio la sensación de que el capitán quería terminar cuanto antes aquel encuentro con los pasajeros y les dijo sin más demora que a las nueve les esperaba para la cena. Todos se mostraron tímidos al principio y todo indicaba que iban a esperar a aquella primera cena para empezar a establecer conversaciones entre ellos.
Después de este primer encuentro, Marc y Nico llegaron de nuevo a su camarote. Nico no pudo esperar más y le comentó a su padre:
¿Qué me dices de la mujer del vestido con estampado de flores? Te has fijado, ¿no?
Nico, no estoy para ligar en estos momentos —le contestó seriamente.
Ya papá, pero alguna vez tendrás que superar lo de mamá, no querrás seguir el resto de tu vida solo. Cada vez te veo peor y no te digo que te cases con ella, pero sí que te abras socialmente a otras personas.
Lo sé, pero no me siento con fuerzas para nada.
Marc apenas había empezado a superar el fallecimiento de su mujer. Para él, no había nadie que superase su extraordinaria humanidad, personalidad y belleza. Ella era una mujer perfecta para él. Inconscientemente, pensaba que no habría mujer que se le pareciera, que no sería posible encontrar a otra persona de iguales o similares características que le llenase tanto y le hiciera una persona tan feliz como él era antes de que ella marchara.
—Vamos papá. Que aunque no vayas de ligue, deberías vestirte como lo que somos, una familia guapa.
Lo dirás por ti, porque yo tengo una cara de cansancio que podría actuar de extra en una película de zombis —ahora bromeó y añadió sinceramente—: pasaría de esta cena y me tumbaría en el catre hasta que llegásemos a África.
Va que sólo cenamos y enseguida regresamos al camarote. Pero por lo menos cenamos, que yo estoy hambriento... —dijo poniéndose una mano en su tripa.
Ambos descansaron en el camarote y cuando llegó la hora, Marc accedió a las palabras de su hijo; se pusieron medianamente elegantes y fueron al salón principal. Una vez allí, observaron que en cada lugar en la mesa había un papelito con el nombre de cada uno de ellos.
Fueron llegando todos y casualmente, a Marc le tocó sentarse al lado de la mujer del vestido con estampado de flores que, para esta ocasión, llevaba un vestido negro más elegante. Nico, obviamente, el papelito le situó al lado de su padre.
Todos los pasajeros y tripulantes del barco, excepto el capitán, asistieron a aquella cena, y antes de empezar, el primer oficial se lo comunicó:
Buenas noches. Tengo que informaros que el capitán no puede asistir y compartir con vosotros la cena de esta noche. De su parte, os desea una cena agradable. Adelante, ya podéis empezar —dijo finalmente señalando a los platos que había en la mesa.
Los empleados del barco se sentaron junto a ellos y todos comenzaron a coger comida hacia sus platos. Nico, que parecía que esa mujer del vestido negro le gustaba para su padre, le dio un pequeño toque con el codo en el brazo a Marc con la intención de que empezase a establecer una conversación con ella. Un poco nervioso, Marc accedió a decirle algo a aquella mujer:
Buenas noches, ¿qué tal?
Bien gracias dijo la mujer sonriendo tímidamente.
Me llamo Marc, ¿y tú?
Julia... y esta es mi hija Iris, tiene nueve años.
¡Qué guapa! Y que nombre tan bonito... dijo Marc mirando a la niña y decidió presentar también a su hijo—. Este es mi hijo Nico, y está en la edad del pavo.
Los cuatro sonrieron tras esa frase y sin más empezaron a degustar la comida. Siguieron conversando durante toda la cena y estuvieron hablando con todos sobre diferentes temas sin ahondar mucho de sus vidas personales. Marc comentó que era policía municipal de Madrid y Julia enfermera en paro de Valencia.
Además, empezaron a conocer a los demás integrantes del barco: Álvaro, un hombre interesante de cincuenta y un años. Era español al igual que Ander, Leo y Verónica. Las demás personas eran de otros países como la joven pareja estadounidense formada por Daniel y Elizabeth. También conocieron a los estudiantes Riku, que era Japonés, y a Wei, de nacionalidad China. Los tripulantes del barco fueron anteriormente presentados por el capitán. Curiosamente todos hablaban español, debido a su lengua materna o de forma aprendida, fue el idioma empleado para todas las conversaciones.
Durante toda la cena, el capitán se mantuvo al margen del grupo ocupando su puesto de mando, momento en el que el individuo que entró de forma infiltrada en el barco, aprovechó para llegar sin problemas hasta el camarote del capitán. Empezó a rebuscar por los cajones y encontró varias joyas, relojes, reales brasileños y unos cientos de euros. Nada de eso le interesó y siguió buscando. Parecía que quería hallar algo en concreto. En uno de los cajones que abrió, encontró algo que le sí le agradó. Cogió una hoja que había en su interior, la introdujo con cautela en un plástico que llevaba consigo para protegerla y se la guardó. Justo en ese instante, pudo escuchar unos pasos fuera del camarote y se escondió detrás de la puerta. Era el capitán. Éste entró en su camarote, se quitó la camisa blanca que llevaba y dejó su medallón en una mesa para rociarse desodorante. El hombre que estaba escondido detrás de la puerta pudo ver aquel medallón. En ese momento aquel tipo se llevó la mano a la espalda con la intención de sacar su arma, una pistola semiautomática 9mm, pero finalmente recapacitó y optó por pasar desapercibido por aquel barco. Por suerte para el capitán, volvió a coger el medallón y se lo colgó de nuevo en su cuello. Se puso una camisa limpia y volvió al puesto de mando. El hombre desconocido, se aseguró que no hubiera nadie en los pasillos, salió de aquel camarote sigilosamente y volvió de nuevo a esconderse en las bodegas.
Después de aproximadamente una hora de cena, Marc y Nico fueron los primeros en levantarse de sus asientos para ir a descansar a su camarote. Los demás pasajeros del barco no tardaron mucho más tiempo en hacer lo mismo. Al parecer, no había nadie que tuviera fuerzas para seguir charlando pues necesitaban descansar.
Todos los pasajeros y la tripulación del barco ya estaba durmiendo en sus respectivos camarotes y la noche avanzó sin sobresalto alguno. Como de costumbre en aquel último mes, Marc apenas pudo pegar ojo, no paraba de pensar en su mujer y en las extrañas circunstancias en las que falleció.
Llegó el segundo día de viaje y medida que se iban despertando, fueron desayunando en el salón principal. Unos pasaron la mañana paseando por el barco o tomando el sol en cubierta, otros prefirieron quedarse en sus camarotes. La hora de comer se les echó pronto encima para muchos porque se levantaron tarde y a pesar de que esta embarcación no se la podía calificar como crucero, todos se sorprendieron al ver que ningún empleado del barco les indicaba que había un horario establecido para comer como ocurre en los cruceros tradicionales. Así que los pasajeros decidieron fijar una hora para comer y otra para cenar para que el cocinero Marco no estuviera cocinando a todas horas. De nuevo, el capitán se mantuvo al margen y todos se conocieron un poco más durante aquella comida. En esas convivencias, Marc y Nico tuvieron más afinidad con el español Álvaro, con Julia e Iris, con la estadounidense Elizabeth y con su novio Daniel, ya que éste último también era policía, concretamente mosso d´escuadra de Barcelona.
 Pasó el segundo día en aquel barco y llegó noche. Todos seguían disfrutando de la travesía y ésta continuó siendo tranquila como en todo el trayecto pero, durante aquella madrugada, mientras todos estaban descansando en sus respectivos camarotes la embarcación empezó a balancearse bruscamente, despertando a la mayoría de los pasajeros. Éstos salieron alarmados al salón principal y preguntaron por lo sucedido.
¿Se puede saber qué ocurre? preguntó Leo, uno de los españoles.
El primer oficial llegó en esos momentos al lugar donde estaban para tranquilizarlos y les dijo:
No os preocupéis, estamos pasando por una zona de fuerte oleaje, nada más. Volved a vuestros camarotes, por favor.
EL oficial volvió enseguida al puesto de mando con el capitán después de informar sobre lo ocurrido a las personas que salieron de sus camarotes sobresaltadas. El barco empezó a balancearse cada vez más fuerte y se comenzaron a escuchar unos fuertes ruidos como si el armazón o alguna parte del barco crujiese. Vieron cómo los vasos y cubiertos que quedaron en la mesa tras la cena de aquella noche se iban cayendo al suelo. Los presentes en el salón principal no podían disimular su estado de preocupación y gracias a la ausencia del personal del barco, propició para que alguno hiciera algún comentario sobre lo que estaba sucediendo:
—¿Fuerte oleaje? Para mí que este capitán no tiene ni idea de navegación opinó Ander.
Sí, además parece demasiado joven para ser un capitán opinó también Álvaro.
Al cabo de varios minutos, el barco volvió a estabilizarse y a navegar suavemente. Todos decidieron entonces, seguir descansado en sus respectivos camarotes. Parecía que todo había quedado en un pequeño susto.
Llegó el tercer día de travesía y como ocurrió el día anterior, la hora de comer les llegó pronto. En esta ocasión, los tres empleados del capitán decidieron comer a parte de los pasajeros. Una vez terminaron, decidieron tomarse algo de tiempo libre y fueron a tomar el aire a cubierta. Mientras estuvieron conversando y fumaban algo de tabaco, vieron algo extraño en la parte de proa que les llamó la atención. Los tres se acercaron lentamente y de entre varias cajas y barriles, apareció aquel hombre misterioso que había entrado de forma infiltrada en el barco. Surgió frente a ellos sorprendiéndolos con una pistola en la mano y apuntándoles. Los tres empleados se quedaron totalmente asombrados e inmóviles. Levantaron las manos y aquel hombre les habló:
—“Bring me the captain!” (Traedme al capitán).
Con miedo a lo que aquel hombre pudiera hacer, actuaron con prudencia.
—Tranquilícese, por favor —dijo Juan Carlos que era el que se encontraba menos nervioso.
Marcelo, sin decir nada, le entendió y obedeció. Preocupado y exaltado, emprendió con rapidez el camino que le separaba hasta el camarote del capitán. Tanto que, golpeó sin querer a varios pasajeros mientras iba atravesando los pasillos y tiró varias cajas que le impedían avanzar con velocidad. Los empleados que quedaron en cubierta, intentaron hablar con aquel hombre para que se tranquilizase. Los demás pasajeros que estaban en ese momento fuera de sus camarotes, se sorprendieron al ver al  oficial que bajaba de cubierta alterado y nervioso. Debido a ello, subieron curiosos para ver lo que estaba ocurriendo allí arriba.
Sin llamar a la puerta del camarote del capitán, el oficial la abrió bruscamente, empujándola con fuerza. El senegalés se encontraba descansado en su confortable cama y se levantó sobresaltado. El oficial, casi sin aliento le dijo:
—¡Capitán! ¡Hay un hombre de habla inglesa en cubierta que no venía en la lista de los pasajeros y pregunta por usted! Lo hemos rodeado y le estamos intentando tranquilizar pero no dice ni una palabra. Lo peor de todo es que lleva una pistola y nos está amenazando.
Cuando el oficial le contó esta noticia al capitán, éste se quedó estupefacto y con cara de absoluta preocupación. Creyó saber quién podría ser aquel hombre. Se puso muy nervioso y tardó algún segundo en reaccionar hasta que propinó unas palabras:
—¡Oficial, hay que capturarlo! ¡Vivo o muerto! Y si es muerto, ¡mejor!
Al escuchar estas palabras el oficial se quedó desconcertado. No comprendía el grado de preocupación del capitán al enterarse de que un individuo estuviese con ellos en aquella travesía. El capitán sacó un revólver de un cajón doble de su camarote parecida a la del hombre infiltrado y sin mas demora, corrieron para llegar a cubierta.
Una vez allí, pudieron observar que todos los pasajeros del barco, excepto las mujeres y la niña, se encontraban en el lugar de los hechos. El individuo estaba en un extremo de la proa del barco moviendo su pistola de lado a lado con la intención de disparar a quién se le acercase. No parecía nervioso, con lo cual, daba a entender que no sería la primera vez que utilizaba un arma. El norteamericano Daniel y Marc, habían vivido varias situaciones similares por sus profesiones y sabían qué hacer en estos casos extremos. Intentaron establecer una conversación en inglés con el intruso pero éste no estaba por la labor de responder a ninguna pregunta y sólo parecía tener interés por hablar con el capitán. El aludido, optó por acercase más que el resto al individuo con la intención de establecer una conversación, antes que llegar a utilizar su revólver que llevaba bien guardado en la parte trasera de sus pantalones.
—“Hello¡ My captain” —dijo el individuo en inglés, sonriendo y con un cierto tono burlesco (¡Hola! Mi capitán)—. ¿Te sorprende verme aquí? —dijo finalmente en español con acento inglés.
El capitán mostraba un rostro serio y le caían gotas de sudor debido a la carrera hasta allí y por la tensión del momento. Estuvo unos segundos pensativo antes de intentar articular alguna palabra. De repente, abrió totalmente sus oscuros ojos como síntoma de sorpresa porque pareció recordar quién era aquel hombre y a los demás les dio la sensación de que aquellos dos ya se conocían de antes. En ese momento el capitán sabía que no había nada que hablar con ese tipo y no dudó en ponerse la mano en la parte de atrás con la intención de sacar su arma sin pensar en las consecuencias que podía traer un tiroteo entre tanta gente inocente.
Justo en aquel momento, ocurrió algo extraordinario. Una especie de enorme sombra empezó a cubrir lentamente el barco por la parte de proa. Todos los pasajeros y tripulantes que se encontraban en aquel instante en cubierta, empezaron a mirar hacia arriba como si esperasen ver algo que tapase el sol. Como si de un eclipse se tratara, la oscuridad empezó a avanzar por donde estaba el hombre desconocido y paulatinamente, fue avanzando por el barco. La sensación de oscuridad no era absoluta porque reflejaba la luz del sol que iluminaba el horizonte. A medida que iba avanzando la sombra, una ligera niebla fue apareciendo ante sus ojos. Todos permanecieron parados y sin saber qué hacer. Parecía que nadie sabía lo que estaba ocurriendo y nadie supo que decir al ver aquel extraño fenómeno. Hace unos segundos no había ni una nube a cientos de kilómetros de distancia y de repente, no pudieron ver el sol. A pesar de que no existía un oleaje demasiado agresivo en el mar, el barco empezó a balancearse y cada segundo que avanzaba lo hacía con más fuerza y de forma gradual.
El capitán, miró atónito lo que estaba presenciando y decidió no coger su arma. Sin esperar ni un segundo más y para sorpresa de todos, empezó a bramar:
 —¡Debemos evacuar el barco! ¡Recoged vuestras pertenencias, poneos los chalecos salvavidas y subid a los botes! ¡Rápido!
Los viajeros se quedaron tremendamente asombrados y asustados ante la reacción del capitán. No entendían por qué ahora debían de dejar a aquel individuo armado suelto por el barco y además parecía que tenían que abandonar la embarcación. Muchos le preguntaron inmediatamente por qué debían hacer una cosa así pero el capitán no respondió a nadie, yéndose hacia el interior del barco. Todos le hicieron caso e ignoraron al hombre desconocido dejándolo allí solo, como si no estuviera. Éste también se quedó atónito ante lo que estaba presenciando. Se quedó totalmente paralizado y dejó de amenazarles con el arma. Debido a la repentina reacción que tuvo el capitán, parecía que él era el único que entendía algo de lo que estaba sucediendo.
Los pasajeros fueron detrás del capitán para dirigirse a sus camarotes y siguieron preguntándole qué era lo que estaba ocurriendo, pero éste les ignoró y siguió mostrándose reacio a establecer una conversación con cualquiera y continuó su camino hacia la cabina de mando sin decir palabra alguna.
Cerraron la puerta de cubierta para que el individuo infiltrado no accediese al interior del barco. Justo en aquel momento, la sirena de emergencia comenzó a sonar y se empezó a escuchar un mensaje grabado en la megafonía de la embarcación que decía lo siguiente: “Atención, esto es un mensaje de emergencia, evacuen el barco inmediatamente. Pónganse el chaleco y diríjanse a los botes salvavidas situados en cubierta”. El mensaje se repetía una y otra vez al mismo tiempo que la sirena estaba activa. Todos mostraban mucho miedo y nerviosismo ante tal situación extrema. Tal y como les dijo el capitán, se pusieron los chalecos salvavidas que había en sus camarotes y recogieron sus pertenencias. Rápidamente, accedieron al plan de evacuación descrito anteriormente por el capitán y por el mensaje de megafonía.
Los empleados del barco abrieron la puerta que accedía a cubierta y se cercioraron de que aquel individuo que dejaron libre no fuera una amenaza para nadie. No lograron encontrarlo y todos salieron a cubierta. Aquella misteriosa sombra ya había cubierto totalmente el barco. Con relativa orden y rapidez, todos los pasajeros y tripulantes iban subiendo a los botes salvavidas.
Existían dos botes con capacidad para un máximo de diez personas cada uno. Muchos se quedaron sorprendidos al ver que sólo podían ser evacuadas como mucho veinte personas cuando había muchos más camarotes en aquel barco. Uno de ellos, lo iba a dirigir el primer oficial y otro el capitán. En ambos se escucharon de nuevo preguntas de por qué debían evacuarlo. Existía una profunda preocupación en aquellos delicados momentos porque no veían tierra por ninguno de los puntos cardinales. El barco seguía balanceándose con violencia. En uno de los botes el español Ander no quería subirse hasta que no le explicase el capitán que era lo que estaba ocurriendo y por qué debían de abandonar aquella embarcación tan repentinamente.
Justo en aquel momento, el barco empezó a inclinarse como si estuviese atravesando una especie de escalón y al cabo de varios segundos, se escuchó un fuerte crujido. El barco se estaba empezando a partir en dos.
—¡No hay tiempo! ¡Sube! —gritó el capitán a Ander.
Sin decir ni una palabra más y al comprobar que ya no había otra opción posible, Ander subió con rapidez al bote impresionado ante lo que estaba sucediendo. Después de que el barco atravesase lo que parecía un escalón, volviera a su posición horizontal y dejara de balancearse bruscamente, el capitán dio la orden de bajar los botes al mar. No tuvieron dificultad en hacerlo.
Se situaron en el mar y empezaron a remar para alejarse de aquel barco que tenía una importante grieta y empezaba a entrarle agua. Para sorpresa de todos, ahora el poco oleaje que existía empezó a remitir, quedando el mar en una relativa calma, a la vez que  empezaron a ver cómo lentamente algunos rayos de sol iban incidiendo sobre ellos hasta que aquella misteriosa sombra desapareció por completo. Cuando ya estaban a una prudente distancia de seguridad, dejaron de remar y observaron atónitos y apesadumbrados cómo la embarcación que tenía que haberles llevado hasta África, se estaba hundiendo ante sus ojos sin que ellos pudiesen hacer nada por impedirlo.
Justo antes que se hundiera por completo, vieron cómo el hombre desconocido de habla inglesa saltaba del barco. La mayoría de las personas de los botes se pusieron de pie para observar si aquel hombre había sobrevivido, pero no lograron ver anda. Muchos de ellos miraron al capitán y casi a la vez le dijeron:
—¡Tenemos que ir a buscarlo!
El capitán movió la cabeza de un lado a otro con un rostro serio para dar a entender que no era buena idea y ordenó que empezaran a remar de nuevo en dirección opuesta al barco. Todos le hicieron caso y no rechistaron demasiado ya que aquel individuo les había amenazado con un arma.
Finalmente y sin que llegara a partirse en dos, el mar se engulló el Ohlepse II.
Todas las personas que componían aquel naufragio estaban totalmente desconcertadas y asustadas ante lo sucedido. El cielo mostraba con esplendor su color azul, la niebla desapareció por completo y el mar apenas tenía ola alguna. Se habían quedado en medio de la nada, en dos pequeños botes salvavidas y sin apenas provisiones. Ahora la única manera que tenían para sobrevivir, era que alguien llegase hasta sus posiciones y los rescataran o que ellos buscaran tierra para poder sobrevivir algún tiempo más. Todos le preguntaron al capitán si mandó alguna señal de socorro antes de lo sucedido, contestando éste afirmativamente.
Los que remaban en los botes no veían sentido a lo que estaban haciendo y cuando el capitán vio que dejaban de hacerlo, les dijo seriamente que siguieran remando de nuevo en dirección contraria al barco hundido. Muchos de ellos confiaban en que no tardarían en ser rescatados pero se mostraron muy nerviosos ante la delicada situación en la que se encontraban. Otros, culpaban al capitán de lo sucedido sin ningún argumento de peso.
Marc y Nico permanecieron juntos en todo momento. No podían creer por lo que estaban pasando. Lo que parecía unas vacaciones tranquilas, se convirtió en un naufragio y en una lucha por la supervivencia. Estando allí, en medio del mar, prácticamente a merced de las corrientes oceánicas, no podían disimular que estaban asustados y con miedo por lo que les podría pasar a partir de ahora.
Sólo pasaron diez minutos desde que empezaron a remar cuando Leo se puso de pie en el bote salvavidas y sobresaltó a todos cuando gritó:
—¡Veo tierra! —dijo señalando el horizonte.

Todos se levantaron para ver hacia donde indicaba su dedo índice y empezaron a sonreír y a abrazarse. No era para menos, habían encontrado tierra y estaban salvados. Desde su posición, podían divisar que podría tratarse de una isla. Aquel hallazgo suponía poder sobrevivir más tiempo, pero se encontraban en manos de lo que aquel lugar desconocido les pudiera ofrecer.

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